Aldo Casas // 8 de diciembre de 2009. Texto de la exposición realizada durante el plenario metropolitano de los/as trabajadores/as asalariados/as del Frente Popular Darío Santillán.
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¿UNIDAD, UNICIDAD, DEMOCRACIA SINDICAL?
I. Un poco de historia...
Tradiciones imaginadas, inventadas o... fraguadas
Frecuentemente, se invoca a “la tradición” como si se tratara de una especie de norma o mandato cuyas raíces se hunden en la noche de los tiempos y marca pautas que deben ser cumplidas a rajatabla en el presente. Es el caso de la supuesta tradición de unicidad sindical que inspiraría (y del que no debería apartarse) “nuestro modelo sindical”, como gusta decir el “laboralista” Héctor Recalde, también diputado kirschnerista y, además, abogado “para todo servicio” de la CGT.
Sin embargo hace ya bastante tiempo que historiadores, sociólogos y antropólogos (como por ejemplo Benedict Anderson, o Eric Hobsbawm) han puesto de relieve que las tradiciones no son mandatos que caigan desde el cielo para permanecer siempre iguales sí mismos por el tiempo de los tiempos, sino que son también construcciones sociales, y en ese sentido se habla de “comunidades imaginadas” y “tradiciones inventadas”. Por otra parte, cabe advertir que no cualquier invento puede ser impuesto como tradición y que, en realidad, los procesos en que se fraguan las más genuinas tradiciones suelen ser “dialógicos”, o sea discutidos y, más precisamente, conflictivos.
Con estas precauciones en mente, podemos pasar a considerar con más cuidado en que consiste esa supuesta tradición de “unicidad sindical”en nuestro país.
Algunas pistas para pensar la verdadera historia de nuestro sindicalismo
La idea de que sólo debe existir una organización por lugar de trabajo, un sindicato o federación por rama de actividad y por encima de todo la CGT como central única encarnada en la llamada Ley de Asociaciones Profesionales es defendida como si se tratase de una “verdad revelada” mas o menos eterna, pero la verdad es que es una ley impuesta y sostenida por las instituciones del Estado y toda la fuerza de “los cuerpos orgánicos” y sus matones.
Hay que decir, en primer lugar, que el movimiento y las centrales obreras no nacieron con la CGT de Perón. Antes, mucho antes, existieron otras varias Centrales. En primer lugar la legendaria Federación Obrera Regional Argentina, que desde su V Congreso defendía los principios del comunismo anárquico, la socialista Unión General de Trabajadores, la Confederación Obrera Regional Argentina de los sindicalistas revolucionarios fusionada luego con un ala de los anarquistas en la FORA del IX Congreso, luego la Unión Sindical Argentina rivalizando con la Central Obrera Argentina de inspiración socialista, y el Comité de Unidad Sindical Clasista organizado por los comunistas.
La misma CGT no nace con el peronismo, sino en 1930 y con una conducción proveniente del sindicalismo revolucionario y los socialistas, que en 1936 se partió en dos: la CGT Catamarca (socialistas y comunistas) y CGT Independencia (sindicalistas). Posteriormente, tras diversos reagrupamientos la CGT se dividirá nuevamente a fines de 1942 en la llamada CGT 1 (neutralista) y CGT 2 (en la que estaban los comunistas y terminó siendo disuelta por el gobierno militar).
“Borón bón bón, los sindicatos son de Perón”... hasta cierto punto
Lo cierto entonces es que la “unicidad” en torno a la CGT llegó de la mano de Perón y con la ayuda del Estado (leyes, personerías y supervisión d el Ministerio de Trabajo, etcétera). Pero a esto se llegó luego de un proceso complejo y conflictivo, que en realidad comienza cuando, antes de llegar a la presidencia, desde la Secretaría de Trabajo el Coronel Perón alentó y dio amplia libertad para la formación de nuevos sindicatos a condición de que fueran “neutralistas” y se enfrentaran a los que serían la pata obrera de la Unión Democrática, vale decir los socialistas y comunistas (así se formaron la Unión Obrera Metalúrgica, la Asociación Obrera Textil y muchos otros). Además, el férreo control semi-estatal que Perón impuso desde arriba, fue compensado no sólo con múltiples conquistas sociales sino con una formidable apertura “hacia abajo” de la organización sindical con la organización de los cuerpos de delegados y comisiones internas presentes y controlando los lugares de trabajo, instituciones flexibles, dinámicas y que por su gran proximidad con la base en gran medida escapaban al control estatal-burocrático, y desde las cuales llegado el momento surgirían nuevas camadas de activistas y dirigentes, cuando los viejos ya no podían escapar al repudio de las bases.
Finalmente, si nos referimos a la experiencia del movimiento obrero argentino y la CGT después del derrocamiento de Perón en 1955, cabria decir que la proclamada “unicidad” se rompió frecuentemente. Se enfrentaron por ejemplo la CGT del “vandorismo” con la CGT “de Pié Junto a Perón” y más adelante con la “CGT de los Argentinos”, a lo que se sumaron las divisiones, agrupamientos y reagrupamientos de los sindicatos a nivel de las CGT Regionales, que podían o no corresponderse con las líneas de fractura a nivel nacional.
Y para terminar con esta historia antes de que se vuelva demasiado larga, con la conformación de la CTA hace ya algunos años, sus reclamos de reconocimiento y las crecientes presiones desde la OIT y sectores del Poder Judicial para quebrar un monopolio que en muchos casos adquirió rasgos mafiosos, incluso la apariencia de una incontestada “tradición” de Central Única desaparece.
De hecho, hoy la “unicidad” es la consigna que agita la fracción hoy mayoritaria en la burocracia cegetista, y a la que no renuncian sus circunstanciales rivales como los nucleados en la CGT “Azul y Blanca” u otras fracciones más informales, porque cada uno de ellos alberga la esperanza de ocupar la casa de Azopardo y manejar los cuantiosos recursos que con la insustituible cobertura del Estado pueden desde allí conseguir. Dejemos que esa supuesta tradición de “unicidad” sea disputada por las distintas fracciones de la burocracia, y pasemos a lo que realmente nos interesa.
II. Cuestiones de candente actualidad: libertad sindical, democracia obrera y lucha de clases
Hay que separar esa desprestigiada cantinela de “unidad monolítica de la Central obrera y acatamiento a sus cuerpos orgánicos”, de la conveniente (pero en muy contadas ocasiones efectivamente lograda) unidad de los trabajadores en base a la organización y lucha. Porque las aspiraciones a la unidad son comprensibles, legítimas y valederas, pero tienen poco o nada que ver con la unidad de los cuerpos orgánicos de los mastodontes sindicales. Más aún, muchas veces, solo las luchas que desbordan y cuestionan a a esos cuerpos orgánicos imponen la unidad en los hechos, en la calle y a veces en formas institucionales de incierta duración.
Por otra parte, es verdad también que la “libertad sindical” por si sola no resolverá los problemas de los trabajadores. Así como la “unicidad” sindical es un desastre, también la pluralidad de sindicatos puede serlo. De esto hay sobrados ejemplos internacionales y también nacionales. Por eso, estamos por la libertad sindical, pero también y más aún por la democracia obrera, esto es, la discusión y resolución desde las bases de los distintos problemas que surjan. Y junto con la libertad sindical y el ejercicio de la democracia obrera, dándoles sustancia y concreción, alentamos y contribuimos a la lucha de clases. En lugar de idealizar tal o cual forma organizativa, debemos utilizarlas como un trípode o tridente: libertad sindical, democracia obrera y clasismo o lucha de clases.
Insisto en un concepto que es muy básico pero a veces no se tiene en cuenta: la unidad “orgánica” es valiosa solamente cuando es instrumento o canal para la lucha de los de abajo por sus reivindicaciones contra las patronales y el Estado. Porque para no luchar, para aceptar las imposiciones del capital y su orden, no hace falta ninguna organización. Y peor aún: las “organizaciones” que se montan sobre la base de la pasividad y para mantener la pasividad, pasan de ser organizaciones de lucha de clases a convertirse en aparatos de control y disciplinamiento, funcionales a, o directamente cooptados por, la burguesía y el Estado.
En este campo, como en muchos otros terrenos de la lucha de clases, hay que cuidarse de dar recetas y mucho menos sugerirlas sin estar en el frente mismo del combate y en condiciones de hacer “análisis concretos de situaciones concretas”. Ni se me cruza por la cabeza la idea de que la tarea del momento sea largarse a impulsar nuevos sindicatos, ni nada por el estilo. Pero hecha esta salvedad, creo sí que debemos apoyar sin reservas y alentar las acciones concretas que rompen el tabú de la unicidad y abren nuevas instancias de auto-actividad y auto-organización de la-clase-que-vive-de-su- trabajo, y que pueden facilitar además su confluencia con otras vertientes del movimiento popular, como son las organizaciones de desocupados, los movimientos populares territoriales en general, las acciones de ambientalistas, de campesinos e indígenas.
Decisiones como las que adoptaron los compañeros del Subte sacudiéndose la opresión asfixiante de la UTA no son fáciles, y más difícil será seguramente imponer su nuevo sindicato. Pero merecen respeto, apoyo y ayuda para alejar el peligro del aislamiento. Tengamos presente que, no sólo en lo sindical sino en general, se requiere de articulaciones y construcciones político-reivindicativas que, reconociendo las diversidades y discrepancias, las unan en perspectivas emancipatorias comunes. Será difícil, pero el sindicato del subte está en un camino con antecedentes gloriosos: cuentan con el ejemplo legendario del SITRAC-SITRAM. O mucho mas cercano en el tiempo, la Zanon convertida en FASINPAT con su reconquistado y transformado de punta a punta Sindicato Ceramista. Y otras muchas experiencias, no menos gloriosas y merecedoras de que se las rescate del olvido, incluso cuando fueron derrotadas sin que llegaran a tener similar trascendencia. Para mencionar a todos estos precedentes en uno, quiero evocar la heroica lucha del Sindicato de la Construcción del Neuquen, conquistado en pleno menemismo y luego aplastado por la reacción sumada de la UOCRA Nacional, el Movimiento Popular Neuquino y el PJ... pero allí y en esos plenarios en que llegaban a juntarse 150 delegados con mandato de asambleas de base se forjaron luchadores como nuestro recordado Carlos Fuentealba y muchos más que hoy continúan ese combate.
III. Mirar sin anteojeras, pensar sin dogmatismo, buscar las practicas revolucionarias
Quiero antes de terminar dejar planteadas, aunque sea telegráficamente, algunas incógnitas, desafíos, o hipótesis que me parece que pueden ayudarnos para trabajar desde la base y sin anteojeras.
1) La actividad y la lucha sindical son necesarias e importantes. Incluso podrìamos decir que imprescindibles. Pero debemos asumirlas teniendo presentes los límites y limitaciones congénitos del sindicalismo, no sólo las que denunciara Lenin sino aquellos rasgos que, con mayor claridad que el dirigente ruso, denunciaron y combatieron Rosa Luxemburgo y Gramsci.
2) Atrás quedó una etapa o ciclo que llevará la marca que le impusieron las más grandes e importantes organizaciones al movimiento obrero del siglo XX: el posibilismo, la política de “avanzar por la línea de menor resistencia”, la “división de tareas” resuelta a nivel de cúpulas entre partido y sindicato, el abandono de los principios emancipatorios...
3) Tengamos conciencia que el “transformismo” de los dirigentes y la integración de los grandes aparatos sindicales al sistema e incluso al Estado, e incluso el verdadero oximoron que representan esos grandes sindicatos que por un lado agrupan a los obreros mientras que por el otro se integran (comprando acciones) con el gran capital, son fenómenos desigualmente desarrollados pero tendencialmente presentes en todas partes y en muchos casos determinantes.
4. La “especificidad argentina”, del derecho y del revés
Las comisiones internas, los cuerpos de delegados, las prácticas asamblearias y diversas formas de coordinadoras, en suma las múltiples y creativas formas de lucha abierta o solapada, así como un nivel de afiliación y organización sindical casi sin iguales a nivel internacional han sido considerados por algunos investigadores “la especificidad argentina”. Y en cierto sentido esta especificidad no ha desaparecido, a pesar de las derrotas sufridas con la dictadura genocida y luego con el menemismo como agente del neoliberalismo, a pesar de la sangria de los 30.000 desaparecidos y los muchísimos más que fueron arrancados de hecho de sus lugares de trabajo y sociabilidad.
Pero es hora de examinar la “especificidad” también al revés, para advertir que más allá de las cifras (comparativamente “elevadas”) de sindicalización, hoy en día en nuestro país la mayoria de los trabajadores no tiene afiliación sindical y, lo que es más importante todavía, en la abrumadora mayoria de los lugares de trabajo no existe ninguna organización gremial, ni delegados, ni nada que se le parezca. Esta realidad es fruto de las derrotas, de las persecuciones y las prácticas antisindicales de las patronales, sin duda. Pero esta realidad expresa también, por otro lado, el repudio viceral de la abrumadora mayoría de los trabajadores, en blanco o en negro, más o menos precarizados, a los aparatos, a las prácticas y a las tradiciones burocráticas sentidas y entendidas con justa causa como ajenas y hostiles a “los de abajo”. El desprestigio de la burocracia no es sólo el desprestigio de la cúpula: para la base, generalmente, “los sindicalistas” (y en la bolsa podemos caer todos) aparecen como una especie de casta o grupo con intereses propios y diferenciados del común de la gente.
Finalmente, pero no en importancia: muchos dirigentes y estructuras sindicales que colaboraron activamente con la dictadura y con lo más sucio de la guerra sucia y luego continuaron tranquilamente al frente de sus organizaciones (Rodriguez, Lezcano, Baldassini, para citar sólo algunos, pero la lista sería interminable). Esta burocracia cavó una zanja llena de sangre que difícilmente puede cerrarse o disimularse. Ser reformista, corrupto, o incluso traidor de tal o cual conflicto, es una cosa: ser entregadores y cómplices activos de las torturas y desapariciones es otra cualitativamente más grave. Esto es algo que nosotros sabemos y denunciamos, pero debemos saber también que son muchos millones los que “sienten” esa barrera insalvable entre ellos y nosotros, aunque nunca lo hayan dicho o siquiera “pensado” en tales términos.
En suma, me parece por todo lo dicho que subsiste, existe, crece y puede abrirse paso otra tradición, enfrentada a ese “modelo sindical argentino” que ni siquiera un leguleyo hábil y cínico como el “laboralista” Hector Recalde logra adecentar. Una tradición alternativa que vive en la lucha desde las bases, la audacia y creatividad político-organizativa, la democracia directa y participativa, la tendencia a construir poder popular. Creo incluso que hay síntomas de que estamos ya en un momento de cambio o que al menos asistimos a sus prolegómenos.
Debemos trabajar y construir sobre dos ejes: primero y fundamental, el paciente y sistemático trabajo de base que mucha veces pasará más acá o más allá de las preocupaciones y tareas estrictamente o clásicamente “sindicales”. Y junto con esto, fortaleciéndonos y educándonos con esa pasión por construir desde la base, creo que es momento de empeñarnos en una audaz y dinámica batalla por ser parte, aprender y discutir también con esos activistas que, de una u otra manera, con tales o cuales particularidades, en las zonas metropolitanas o lejos de ellas, se destacan y aportan capacidades de lucha, capacidades de organización y también capacidades políticas. Podemos ayudar a la difusión de experiencias y a la articulación de lo que algún sociólogo acertadamente ha llamado vanguardias reales y de hecho, para diferenciarlas de las supuestas “vanguardias” substitutistas y/o ideologistas. Y creo que estamos en inmejorables condiciones para intentarlo por nuestra misma construcción como Frente, y posiblemente también ahora como Coordinadora, empeñados en impulsar la democracia de base, la autonomía política, multisectorialidad y la construcción de poder popular.
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