Revista La Fragua 15, Marzo 2010
Debates¿UNIDAD, UNICIDAD, DEMOCRACIA SINDICAL?
(Primera parte)
(Primera parte)
1. Un poco de historia...
Tradiciones imaginadas, inventadas o... fraguadas.
Frecuentemente, se invoca a “la tradición” como si se tratara de una especie de norma o mandato cuyas raíces se hunden en la noche de los tiempos y marca pautas que deben ser cumplidas a rajatabla en el presente. Es el caso de la supuesta tradición de unicidad sindical que inspiraría (y del que no debería apartarse) “nuestro modelo sindical. Sin embargo hace ya bastante tiempo que historiadores, sociólogos y antropólogos han puesto de relieve que las tradiciones no son mandatos que caen desde el cielo para permanecer iguales a sí mismos por el tiempo de los tiempos, sino que son también construcciones sociales, y en ese sentido se habla de “comunidades imaginadas” y “tradiciones inventadas”. Por otra parte, cabe advertir que no cualquier invento puede ser impuesto como tradición y que, en realidad, los procesos en que se fraguan las más genuinas tradiciones suelen ser “dialógicos”, o sea discutidos y, más precisamente, conflictivos. Con estas precauciones en mente, podemos pasar a considerar con más cuidado en que consiste esa supuesta tradición de “unicidad sindical” en nuestro país.
Algunas pistas para pensar la verdadera historia de nuestro sindicalismo.
La idea de que sólo debe existir una organización por lugar de trabajo, un sindicato o federación por rama de actividad -y por encima de todo la CGT como central única-, encarnada en la llamada Ley de Asociaciones Profesionales, es defendida como si se tratase de una “verdad revelada” más o menos eterna, pero la verdad es que es una ley impuesta y sostenida por las instituciones del Estado y toda la fuerza de “los cuerpos orgánicos” y sus matones.
Hay que decir, en primer lugar, que el movimiento y las centrales obreras no nacieron con la CGT de Perón. Antes, mucho antes, existieron otras varias Centrales. En primer lugar la legendaria Federación Obrera Regional Argentina, que desde su V Congreso defendía los principios del comunismo anárquico, la socialista Unión General de Trabajadores, la Confederación Obrera Regional Argentina de los sindicalistas revolucionarios -fusionada luego con un ala de los anarquistas en la FORA del IX Congreso-, luego la Unión Sindical Argentina rivalizando con la Central Obrera Argentina de inspiración socialista y el Comité de Unidad Sindical Clasista organizado por los comunistas.
La misma CGT no nace con el peronismo, sino en 1930 y con una conducción proveniente del sindicalismo revolucionario y los socialistas, que en 1936 se partió en dos: la CGT Catamarca (socialistas y comunistas) y CGT Independencia (sindicalistas). Posteriormente, tras diversos reagrupamientos la CGT se dividirá nuevamente a fines de 1942 en la llamada CGT 1 (neutralista) y CGT 2 (en la que estaban los comunistas y terminó siendo disuelta por el gobierno militar).
“Borón bón bón, los sindicatos son de Perón”... hasta cierto punto.
Lo cierto entonces es que la “unicidad” en torno a la CGT llegó de la mano de Perón y con la ayuda del Estado (leyes, personerías y supervisión del Ministerio de Trabajo, etcétera). Pero a esto se llegó luego de un proceso complejo y conflictivo, que en realidad comienza cuando, antes de llegar a la presidencia, desde la Secretaría de Trabajo el Coronel Perón alentó y dio amplia libertad para la formación de nuevos sindicatos a condición de que fueran “neutralistas” y se enfrentaran a los que serían la pata obrera de la Unión Democrática, vale decir los socialistas y comunistas (así se formaron la Unión Obrera Metalúrgica, la Asociación Obrera Textil y muchos otros). Además, el férreo control semi-estatal que Perón impuso desde arriba, fue compensado no sólo con múltiples conquistas sociales sino con una formidable apertura “hacia abajo” de la organización sindical con la organización de los cuerpos de delegados y comisiones internas presentes y controlando los lugares de trabajo. Instituciones flexibles, dinámicas y que por su gran proximidad con la base en gran medida escapaban al control estatal-burocrático, y desde las cuales surgirían nuevas camadas de activistas y dirigentes, cuando los viejos ya no podían escapar al repudio de las bases. Finalmente, si nos referimos a la experiencia del movimiento obrero argentino y la CGT después del derrocamiento de Perón en 1955, cabria decir que la proclamada “unicidad” se rompió frecuentemente. Se enfrentaron por ejemplo la CGT del “vandorismo” con la “CGT de los Argentinos”, a lo que se sumaron las divisiones, agrupamientos y reagrupamientos de los sindicatos a nivel de las CGT Regionales, que podían o no corresponderse con las líneas de fractura a nivel nacional. Y para terminar con esta historia antes de que se vuelva demasiado larga, con la conformación de la CTA hace ya algunos años, incluso la apariencia de una incontestada “tradición” de Central Única desaparece.
2. Cuestiones de candente actualidad: libertad sindical, democracia obrera y lucha de clases.
Hay que separar esa desprestigiada cantinela de “unidad monolítica de la Central obrera y acatamiento a sus cuerpos orgánicos”, de la conveniente (pero en muy contadas ocasiones efectivamente lograda) unidad de los trabajadores en base a la organización y lucha. Porque las aspiraciones a la unidad son comprensibles, legítimas y valederas, pero tienen poco o nada que ver con la unidad de los cuerpos orgánicos de los mastodontes sindicales. Más aún, muchas veces, sólo las luchas que desbordan y cuestionan a esos cuerpos orgánicos imponen la unidad en los hechos, en la calle y a veces en formas institucionales de incierta duración.
Por otra parte, es verdad también que la “libertad sindical” por sí sola no resolverá los problemas de los trabajadores. Así como la “unicidad” sindical es un desastre, también la pluralidad de sindicatos puede serlo. De esto hay sobrados ejemplos internacionales y también nacionales. Por eso, estamos por la libertad sindical, pero también y más aún por la democracia obrera, esto es, la discusión y resolución desde las bases de los distintos problemas que surjan. Y junto con la libertad sindical y el ejercicio de la democracia obrera, dándoles sustancia y concreción, alentamos y contribuimos a la lucha de clases. En lugar de idealizar tal o cual forma organizativa, debemos utilizarlas como un trípode o tridente: libertad sindical, democracia obrera y clasismo o lucha de clases.
Insisto en un concepto que es muy básico pero a veces no se tiene en cuenta: la unidad “orgánica” es valiosa solamente cuando es instrumento o canal para la lucha de los de abajo por sus reivindicaciones contra las patronales y el Estado. Porque para no luchar, para aceptar las imposiciones del capital y su orden, no hace falta ninguna organización. Y peor aún: las “organizaciones” que se montan sobre la base de la pasividad y para mantener la pasividad, pasan de ser organizaciones de lucha de clases a convertirse en aparatos de control y disciplinamiento, funcionales a -o directamente cooptados por- la burguesía y el Estado.
En este campo, como en muchos otros terrenos de la lucha de clases, hay que cuidarse de dar recetas y mucho menos sugerirlas sin estar en el frente mismo del combate y en condiciones de hacer “análisis concretos de situaciones concretas”. Ni se me cruza por la cabeza la idea de que la tarea del momento sea largarse a impulsar nuevos sindicatos, ni nada por el estilo. Pero hecha esta salvedad, creo sí que debemos apoyar sin reservas y alentar las acciones concretas que rompen el tabú de la unicidad y abren nuevas instancias de auto-actividad y auto-organización de la-clase-que-vive-de-su-trabajo, y que pueden facilitar además su confluencia con otras vertientes del movimiento popular, como son las organizaciones de desocupados, los movimientos populares territoriales en general, las acciones de ambientalistas, de campesinos e indígenas.
Decisiones como las que adoptaron los compañeros del Subte sacudiéndose la opresión asfixiante de la UTA no son fáciles, y más difícil será seguramente imponer su nuevo sindicato. Pero merecen respeto, apoyo y ayuda para alejar el peligro del aislamiento. Tengamos presente que, no sólo en lo sindical sino en general, se requiere de articulaciones y construcciones político-reivindicativas que, reconociendo las diversidades y discrepancias, las unan en perspectivas emancipatorias comunes.
Algunas pistas para pensar la verdadera historia de nuestro sindicalismo.
La idea de que sólo debe existir una organización por lugar de trabajo, un sindicato o federación por rama de actividad -y por encima de todo la CGT como central única-, encarnada en la llamada Ley de Asociaciones Profesionales, es defendida como si se tratase de una “verdad revelada” más o menos eterna, pero la verdad es que es una ley impuesta y sostenida por las instituciones del Estado y toda la fuerza de “los cuerpos orgánicos” y sus matones.
Hay que decir, en primer lugar, que el movimiento y las centrales obreras no nacieron con la CGT de Perón. Antes, mucho antes, existieron otras varias Centrales. En primer lugar la legendaria Federación Obrera Regional Argentina, que desde su V Congreso defendía los principios del comunismo anárquico, la socialista Unión General de Trabajadores, la Confederación Obrera Regional Argentina de los sindicalistas revolucionarios -fusionada luego con un ala de los anarquistas en la FORA del IX Congreso-, luego la Unión Sindical Argentina rivalizando con la Central Obrera Argentina de inspiración socialista y el Comité de Unidad Sindical Clasista organizado por los comunistas.
La misma CGT no nace con el peronismo, sino en 1930 y con una conducción proveniente del sindicalismo revolucionario y los socialistas, que en 1936 se partió en dos: la CGT Catamarca (socialistas y comunistas) y CGT Independencia (sindicalistas). Posteriormente, tras diversos reagrupamientos la CGT se dividirá nuevamente a fines de 1942 en la llamada CGT 1 (neutralista) y CGT 2 (en la que estaban los comunistas y terminó siendo disuelta por el gobierno militar).
“Borón bón bón, los sindicatos son de Perón”... hasta cierto punto.
Lo cierto entonces es que la “unicidad” en torno a la CGT llegó de la mano de Perón y con la ayuda del Estado (leyes, personerías y supervisión del Ministerio de Trabajo, etcétera). Pero a esto se llegó luego de un proceso complejo y conflictivo, que en realidad comienza cuando, antes de llegar a la presidencia, desde la Secretaría de Trabajo el Coronel Perón alentó y dio amplia libertad para la formación de nuevos sindicatos a condición de que fueran “neutralistas” y se enfrentaran a los que serían la pata obrera de la Unión Democrática, vale decir los socialistas y comunistas (así se formaron la Unión Obrera Metalúrgica, la Asociación Obrera Textil y muchos otros). Además, el férreo control semi-estatal que Perón impuso desde arriba, fue compensado no sólo con múltiples conquistas sociales sino con una formidable apertura “hacia abajo” de la organización sindical con la organización de los cuerpos de delegados y comisiones internas presentes y controlando los lugares de trabajo. Instituciones flexibles, dinámicas y que por su gran proximidad con la base en gran medida escapaban al control estatal-burocrático, y desde las cuales surgirían nuevas camadas de activistas y dirigentes, cuando los viejos ya no podían escapar al repudio de las bases. Finalmente, si nos referimos a la experiencia del movimiento obrero argentino y la CGT después del derrocamiento de Perón en 1955, cabria decir que la proclamada “unicidad” se rompió frecuentemente. Se enfrentaron por ejemplo la CGT del “vandorismo” con la “CGT de los Argentinos”, a lo que se sumaron las divisiones, agrupamientos y reagrupamientos de los sindicatos a nivel de las CGT Regionales, que podían o no corresponderse con las líneas de fractura a nivel nacional. Y para terminar con esta historia antes de que se vuelva demasiado larga, con la conformación de la CTA hace ya algunos años, incluso la apariencia de una incontestada “tradición” de Central Única desaparece.
2. Cuestiones de candente actualidad: libertad sindical, democracia obrera y lucha de clases.
Hay que separar esa desprestigiada cantinela de “unidad monolítica de la Central obrera y acatamiento a sus cuerpos orgánicos”, de la conveniente (pero en muy contadas ocasiones efectivamente lograda) unidad de los trabajadores en base a la organización y lucha. Porque las aspiraciones a la unidad son comprensibles, legítimas y valederas, pero tienen poco o nada que ver con la unidad de los cuerpos orgánicos de los mastodontes sindicales. Más aún, muchas veces, sólo las luchas que desbordan y cuestionan a esos cuerpos orgánicos imponen la unidad en los hechos, en la calle y a veces en formas institucionales de incierta duración.
Por otra parte, es verdad también que la “libertad sindical” por sí sola no resolverá los problemas de los trabajadores. Así como la “unicidad” sindical es un desastre, también la pluralidad de sindicatos puede serlo. De esto hay sobrados ejemplos internacionales y también nacionales. Por eso, estamos por la libertad sindical, pero también y más aún por la democracia obrera, esto es, la discusión y resolución desde las bases de los distintos problemas que surjan. Y junto con la libertad sindical y el ejercicio de la democracia obrera, dándoles sustancia y concreción, alentamos y contribuimos a la lucha de clases. En lugar de idealizar tal o cual forma organizativa, debemos utilizarlas como un trípode o tridente: libertad sindical, democracia obrera y clasismo o lucha de clases.
Insisto en un concepto que es muy básico pero a veces no se tiene en cuenta: la unidad “orgánica” es valiosa solamente cuando es instrumento o canal para la lucha de los de abajo por sus reivindicaciones contra las patronales y el Estado. Porque para no luchar, para aceptar las imposiciones del capital y su orden, no hace falta ninguna organización. Y peor aún: las “organizaciones” que se montan sobre la base de la pasividad y para mantener la pasividad, pasan de ser organizaciones de lucha de clases a convertirse en aparatos de control y disciplinamiento, funcionales a -o directamente cooptados por- la burguesía y el Estado.
En este campo, como en muchos otros terrenos de la lucha de clases, hay que cuidarse de dar recetas y mucho menos sugerirlas sin estar en el frente mismo del combate y en condiciones de hacer “análisis concretos de situaciones concretas”. Ni se me cruza por la cabeza la idea de que la tarea del momento sea largarse a impulsar nuevos sindicatos, ni nada por el estilo. Pero hecha esta salvedad, creo sí que debemos apoyar sin reservas y alentar las acciones concretas que rompen el tabú de la unicidad y abren nuevas instancias de auto-actividad y auto-organización de la-clase-que-vive-de-su-trabajo, y que pueden facilitar además su confluencia con otras vertientes del movimiento popular, como son las organizaciones de desocupados, los movimientos populares territoriales en general, las acciones de ambientalistas, de campesinos e indígenas.
Decisiones como las que adoptaron los compañeros del Subte sacudiéndose la opresión asfixiante de la UTA no son fáciles, y más difícil será seguramente imponer su nuevo sindicato. Pero merecen respeto, apoyo y ayuda para alejar el peligro del aislamiento. Tengamos presente que, no sólo en lo sindical sino en general, se requiere de articulaciones y construcciones político-reivindicativas que, reconociendo las diversidades y discrepancias, las unan en perspectivas emancipatorias comunes.
Exposición de Aldo Casas en el último plenario metropolitano de los trabajadores y trabajadoras asalariados en el Frente Popular Darío Santillán. La segunda parte de la misma será publicada en La Fragua Nº 16.
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